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6 ene 2016

“Venezuela no se ha dado cuenta de lo que se perdió”

Vicente García sobreviviente de la tragedia de La Llovizna

Hace 50 años, Venezuela se estremeció con la tragedia ocurrida en el salto de La Llovizna, en la que murieron ahogados 40 educadores, que cayeron al río Caroní durante una excursión a la exuberante región de Guayana.



Actualmente el puente de La Llovizna es sólido, está armado en concreto. Gráficas: Archivo
 Ailyn Hidalgo Araujo.-

Las víctimas formaban parte de una delegación de más de 400 educadores, de todo el país, que celebraban la XIX Convención Nacional de la Federación Venezolana de Maestros, reunida en la sala Cuyuni de la Siderúrgica de Matanzas, estado Bolívar. Aquél domingo los dirigentes magisteriales atendieron una invitación del Concejo Municipal del Distrito San Félix que organizó, en su honor, una fiesta en una de las islas que formaba el río Caroní. Hoy DLA entrevista al profesor Vicente García, quien salvó su vida gracias a una morenaza que se le atravesó en el camino. Así rendimos homenaje a todos los educadores en su día.

El valor de la vida es incalculable, la muerte irreversible y el momento de perderla, casi, impredecible. Sin embargo, a la historia le agrada jurar que algunos hechos han ocurrido por el bien de la patria. En Guayana colgaba (Ya no. Y sin razón aparente) una placa en homenaje a la Federación Venezolana de Maestros (VFM), la cual sellaba: “Los maestros caídos en el Caroní son cuota de vida pagada al progreso de Venezuela”. Pero esta, es apenas, lo último, más no el final, de la “tragedia de La Llovizna”, hoy revelada palmo a palmo, y en exclusiva, por el sobreviviente a esta catástrofe, Vicente García, maestro trujillano de trayectoria honorífica:

El dolor muscular se expande en el cuerpo, la congestión nasal abruma, el sentimiento de desequilibrio a temperatura alta pesan, las medicinas no ayudan y solo el ímpetu de García lo mantiene psicológicamente enérgico. Aunque, no haga más que emitir quejidos de “muerte lenta”.

En eso aparecen Adolfo Navas Coronado y Carmelo Cárdenas vestidos en batas de baño. Entre risas y satisfacciones por la comida y bebida disfrutada en la bienvenida de los maestros a Guayana, con una limonada “bien caliente” en manos, entregan a García este té que “como por arte de magia” y con el salir del sol del domingo, da pie a un rostro del docente un tanto restablecido.

 “Me hicieron desayuno y nos fuimos a conocer  aquellas tierras vírgenes para nosotros. El paseo de La Llovizna ofrecía ¡Una inmensidad de paisajes! Y aunque estaba dispuesto a perdérmelo, me sentí comprometido a asistir. Es que yo era ¡El reportero gráfico! Así que tomé mi cámara, mi filmadora y allí comenzó lo bueno. Por todos lados había mujeres ¡Voluminosas! –presiona la garganta- Y no nos quedó más que comenzar a ponerles su nota, como buenos maestros ¡Ja,ja,ja!”, introduce.

Desde el 1 al 20 era la escala, y a punto de llegar al puente, preocupados de la risa no encontraban a una dama que pasara los 15 puntos. Para el grupo de profesores ya mencionados, además de José Antonio Velázquez, Pascual Ignacio Villasmil y Napoleón Ramírez, la evaluación se ponía difícil ¡Hasta qué…! Vicente García dio “con la mejor estudiante”.  

“Aquella era una morenazaaa…Adolfo la vio primero y yo me voltee completo para no dejarla ir. Cuando me giro y veo ¡Ese monumento! Dije –¡Está eximida!- ¡Ja,ja,ja! Y ni corto ni perezoso me presenté y le pedí una bueeena…foto”, recuerda el maestro mientras sus colegas se adelantaban para regresar por el famoso puente donde se produce la llovizna como unión de los ríos Caroní y Orinoco.

Colgada del cuello

 “Napoleón fue rápido y se salió. Nosotros apenas llegábamos y tomamos fotos más lento ¡Es que había muchas distracciones! –vuelve a tragar grueso- Y cuando estoy ocupado ¡Con la morenaza! una maestra subdirectora me grita que vaya con ellos al puente”, relata Vicente García.

El estruendo del choque del agua es tan ruidoso que tapa los oídos. Aquella agua rojiza con el impacto se vuelve cristalina, y los trabajadores del parque en intentos frustrados se esmeran en advertir que el puente está muy cargado. Había muchos maestros, familiares y turistas allí posando sin el más mínimo cuidado. Entonces así, sin notarlo, una guaya se desprendió despacio y arrasó de la manera más rápida el recorrido por aquella madera fuerte. El puente de inmediato cedió, los maestros comenzaron a caer, sus gritos apenas se notaban con aquel sonido que antes embelleció el camino, y la catástrofe concluyó cuando las guayas se enrollaron unas con otras y dejaron el puente arrastrado por la pronunciada corriente del río.

“La subdirectora que me llamaba se movió segundos antes, se me colgó al cuello y se salvó. El difunto Pietro Figueroa ¡Que casi no tenía orejas! Recibió un golpe en la oreja izquierda. Y yo sin palabras no dejaba de repetirme: -Venezuela no se dará cuenta de lo que se perdió-”, señala hoy García con lágrimas que no terminan de salir de sus ojos. La fuerza de maestro la mantiene intacta ante el fallecimiento de sus colegas, compañeros y aún más, amigos.

“En aquella época ser maestro no era decir –que más queda- significaba ser una eminencia. Grandes personas y educadores excelentes han caído. El desastre no se medirá jamás. No fue la cantidad, fueron los cerebros que en el Caroní se quedaron. Se nos fueron Villasmil y Adolfo. Murió un chileno, muy capaz y bella persona, autor del libro “Abajo Cadenas” que sirvió de ejemplo en toda América Latina para aprender a leer y a escribir. Y ¡Cómo sería! que hasta todos mis males también se fueron”, expresa García al cerrar con la personalidad jocosa que lo caracteriza.

Apunta que el hecho ocurrió a eso de las 11:15 de la mañana. El paseo había comenzado una hora antes, y tras la tragedia hay algo que tampoco podrá borrar de su memoria:

 “Presencié el caso de un señor de San Cristóbal. En el momento que cae el puente. Así, sin que nadie pudiera hacer nada para ayudar o impedir, este señor sostiene a sus dos hijos fuertemente de las manos. Al más pequeño lo tiene seguro en la orilla, pero al más grande a punto de caer. Y entonces por no dejar ir al primero, no aguantó el peso y se hundieron con el puente los tres”, se friega los ojos y  esparce sus palmas por el rostro. García vuelve a buscar las fuerzas de un maestro en su aula de clases, y continúa con la historia.

''No nos cayó el Caroní'' 

A García no le sucedió lo que dicen muchos, eso de que sienten que les pasa la vida por los ojos cuando piensan que están a punto de morir. Por el contrario, García pudo notar cómo una turista hipnotizada de nervios, paralizada de pánico y sin voz del susto, logró librarse de la tragedia.

“Ella estaba en el puente, no miró el agua y cayó de pie a una tierra que estaba justo debajo suyo. Tiraron piedras para bajar a buscarla. Llegaron helicópteros, pero no podían aterrizar entre tantos árboles. Y por fin un bombero se amarró a un árbol, bajó y salvó a aquellos que quedaron aislados. Incomunicados. ¡Y entre esos estaba yo!”, acentúa con la cabeza.

Sigue: “Ahí vino la odisea. A las mujeres les pusieron una especie de sillita, carrucha. Se sujetaron, se sentaron y cruzaron el río. A los hombres, Napoleón, Cárdenas, el jefe de Zona Saúl Rodríguez y yo, nos cayó ¡Un aguacero!, la negra se me fue, la foto la saqué, pero la cámara y filmadora se me perdieron, y yo sé que ahora, después de todo eso ¡Sí voy a durar! ¡Todavía vivo, imagínese! Desde ahí cada año Dios me aprueba 20 años más de prórroga”, se carcajea.

Cuenta que a las 6:30 de la noche ¡Por fin! Bajaron una cuerda para que ellos salieran. Dijeron que tenían que amarrarse para bajar a una “lanchita”, “pero, yo como buen gocho me resistí. Todo el mundo estaba “resestió” dijeran en mi tierra San Lázaro, pero de los de San Lázaro finos, no como cierto de ahora… Y pues mamando gallo como siempre tuve que bajar. Se me sentaron unos grandulones por cada lado. Y cuando vi a un flaco adelante dije –más que sea del cuello lo agarro, así sea lo ahorco ¡Ay paisanos! Cuando vi esa agua me entró ese miedo!  

Al amanecer del lunes, a García y a Adolfo Navas les tocó ayudar a buscar a los desaparecidos. Los de Trujillo no se hallaban, hasta que a alguien se le ocurrió la idea de agarrar una guaya a un camión y alzar todos los escombros. “En eso salió la ¡Nube de cadáveres! otros habían recorrido en las aguas una distancia como de 6 kilómetros. Y, sorprendentemente, entre el río, Adolfo pudo reconocer el cadáver de su hermano, quien aún llevaba en la derecha del pecho una insignia del logo de los maestros”, detalla.

“Yo me encargué de identificar el resto de los cadáveres que estaba irreconocibles. No comí ni aquel domingo, el lunes, el martes y creo que ni el miércoles. No podía. Al final nos iban a traer en un avión militar de esos que no tienen asientos, y resultó que los sobrevivientes llegamos a Trujillo en un bus como los propios cochinos. Pero me salvé, y también salvé a la negra, o la negra me salvó a mí.  Lo cierto es que aquí estoy. Y repito, la gente no se ha dado cuenta de lo que allí se perdió. Y menos mal quedé yo, si no hubiera sido peor ¡Je,je,je!, se ríe pero mantiene una mirada nostálgica, mientras uno de sus colegas hoy presente en la entrevista agrega: “a pesar de todo, no nos cayó el Caroní”.

Lo único que queda

En la vuelta al presente, se pregunta al profesor Vicente García cómo ve la situación actual del docente en Venezuela, y tajante responde –no la veo- y expone: “Eso está oscuro. El problema es que en primer lugar no somos copartícipes de nuestra profesión. Empiezo a dar clases y cuando asciendo me olvido de dónde vengo. Se pisa en vez de llegar a los demás a nuestro mismo ritmo. No hay nada más importante que ser profesor. Sin que me quedé nada por dentro. El país siempre ha buscado mejorar la educación, sea del gobierno que sea. Pero de qué modo y cómo, si no preparan al educador”.

Continúa: “Cada docente debe hacerse sentir como docente. Si hoy doy una clase sobre la sal, mañana la clase tiene que ser mejor. Más salada ¡Ja,ja,ja! No mentira, Pero sí nos hemos olvidado de leer. El uso o abuso de la tecnología es importante recordar. Hay que decirlo con fuerza: soy educador, soy docente. Y que mis colegas no olviden, que ya la última partícula no es el átomo, ahora es el nano. Y por eso siempre que demos clases debemos decir por delante: “Esto es lo que conocemos hasta el momento''. 

Perfil profesional

En su perfil profesional el maestro Vicente García, a sus 83 años de vida, informa que empezó como educador sin serlo gracias a unas suplencias.  Continuó como maestro tipo “B” a los 28 años. García trabajó en la escuela Ricardo Labastidas (de la que también fue director), se graduó como Maestro Normalista del Colegio Monseñor Mejía,  fue director de la escuela Josefa Espinoza del Gallego, estuvo en la Dirección de Educación como coordinador administrativo y luego como coordinador docente, se convirtió en Director de Educación encargado hasta el año 1986. Fue nombrado director regional del Instituto Nacional del Menor; (Inam), al jubilarse trabajó en la escuela nocturna para adultos; le otorgaron la medalla “27 de Junio” en su segunda clase por el Ministerio de Educación, fue tesorero de la Cooperativa de Trabajadores de la Enseñanza. Fue cofundador del Colegio Ignacio Martín Burk junto con el hoy difunto profesor González Rumbos el famoso ''Cateto''. Formó parte de un equipo de béisbol en Flor de Patria, municipio Pampán, fue maestro de Numa Barrios, quien fue presidente de la Federación Venezolana de Maestros (FVM).

Mariana de Villasmil y el antes de…

Que no falte la corbata negra

Su llegada se anunciaba cuando “Marchita” (una de sus hijas) pegaba una carrera hasta la entrada. Pascual Ignacio Villasmil soltaba los libros que envolvían sus brazos, saludaba con un cariño característico a la pequeña, se desmontaba su paltó para que lo guardaran y de inmediato se recostaba en la cama con las “chanclas” ya listas en el suelo para cuando dispusiera levantarse a cenar.  

Tres bibliotecas dejó intactas tras su muerte trágica a los 38 años, y con una trayectoria marcada no solo como maestro, sino como padre y amigo, Villasmil se ganó que la escuela anexa a la normal de Bella Vista, municipio Valera, hoy lleve su nombre estampado al frente y en el recuerdo de una altísima cantidad de estudiantes a quienes les buscó trabajo y aconsejó en cada momento de su existencia. Según relatos de quienes lo conocieron.

“Fue un hombre bueno, magnífico. Lo conocí en Pampanito. Mi abuela le vendía el almuerzo. Fue un amor a primera vista. Su comportamiento, trato, caballerosidad…y las cartas que me escribía, me hacen recordarlo cada día de mi vida”, expresa Mariana, quien asegura que sus hijos nunca conocieron “un correazo de su papá”.

“Leer era su vida. Ni peleábamos ni discutíamos. Solo me molestaba que se iba para el Club de Magisterio a jugar dominó y llegaba muy tarde. De resto no tengo nada que decir de él. Hasta el último día en que lo vi, se despidió con el amor de siempre. Hoy doy gracias a que sus hijos son hombres de bien”, agrega Mariana y menciona que uno de sus descendientes, el mayor, falleció por una enfermedad. Era Licenciado en Administración. La segunda hija vive en Mérida, es educadora y jefa de supervisión de escuelas. El resto se desempeñan en profesiones como: Ingeniero en Petróleo, Técnico Superior Universitario en Electricidad y TSU en Construcción Civil.

Dios guarde

El recuerdo se ha hecho parte de la cotidianidad  de Mariana de Villasmil, quien al mencionar a su eterno amado suelta las lágrimas, hace resaltar sus pestañas blancas, y de inmediato recupera el habla gracias a la firmeza que la vida le regaló desde que tuvo que fungir como madre y padre de sus 7 hijos. Asimismo, Mariana solo se reclina hacia adelante y mira con molestia cuando se le pregunta si se volvió a casar. De un sopetón suelta: “Dios guarde. No me volví a casar”, después de los 12 años de unión que tuvo con el profesor Villasmil.

La dama no revela si cree en el destino o en los designios de la vida, aunque con la seriedad que asume a sus 89 años de vida, los mismos 89 que hoy tuviera su marido, afirma que Pascual Ignacio Villasmil durante sus 12 años de matrimonio no dejó de repetirle que ella solo iba a trabajar cuando él muriera.

“Y dos meses antes de irse a esa convención, le dice que quería estar más cerca de él y quería trabajar. Entonces me buscó un empleo de secretaria allí en la Normal. Después de la tragedia no pude seguir, me dediqué a criar a mis muchachos, y la FVM me trató tan bien que me concedieron una pensión”, cuenta.

Informa que se enteró del hecho cuando los profesores llegaron a Valera, pese a que un día antes su vecina mencionó que había ocurrido una tragedia en Venezuela. “Yo había puesto el radio y no funcionaba. Le puse un disco y nada. Pensé que se había ido la luz. Y cuando vi que nada hacía que trabajara, dejé de intentar. Después….fue que la vecina volvió y me dijo -allá donde está su esposo, fue donde ocurrió el accidente”.

“Yo no quería que Pascual fuera a ese viaje. Me parecía que era muy lejos. Él quería llevarme a la convención de maestros junto a nuestro hijo mayor, pero me negué. Hasta le dije que no le iba a hacer la maleta. Entonces él llamó a sus sobrinas y les fue diciendo a cada una que le iban a empacar. En eso mete una corbata negra y todas le preguntamos que para qué una corbata negra si allá en Guayana no la iba a necesitar. Y como siempre pensó en los demás, su única respuesta fue: “Si no la necesito yo, puede que la necesite otro”.

El dato

La tragedia de La Llovizna ocurrió el domingo 23 de agosto de 1964, durante la IX Convención de Maestros, organizada por la Federación Venezolana de Maestros (FVM), en la ciudad de Guayana. La Gobernación del estado Bolívar informó que allí murieron 50 maestros, algunos de sus familiares y turistas. Sin embargo, “nunca se supo con exactitud la cifra de fallecidos”. Para ese encuentro, los docentes trujillanos llevaban la propuesta de que los docentes que egresaban como técnicos, pudieran ingresar a la universidad de manera directa y sin “muchos trámites”.

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