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6 ene 2016

Arropados en libertad

“El indigente de los perros” cree que en la calle “deja de estorbar” 

Ailyn Hidalgo Araujo.-

De la pizarra a la acera se resumen un aproximado de 50 años de vida. El físico golpeado por los vicios, poca claridad revela en una persona que se olvidó del tiempo y ahora marca su paso solo con la puesta del sol. Desde aquel niño que hasta el cuarto nivel de primaria pisó una institución educativa, el hombre de hoy se niega a rememorar la mala compañía que opacó su habilidad para vencer a las matemáticas.
Carlos afirma que solo acepta una casa en una zona montañosa cerca de la ciudad. Foto: Karol Chiquito.

Carlos, conocido como el “indigente de la carreta con perros”, dice sin afán: -En la calle, yo no estorbo”, y expande las pupilas para precisar a quienes se le han acercado a dialogar. Retiene entre labios los detalles sobre su vida, pero, en cuestión de segundos, la soledad le obliga a expresar la melancolía oculta detrás de su vestimenta predominantemente negra por las impurezas recolectadas del aire y espacio que alberga su sitio predilecto: el sector Plata I del municipio Valera.

“La insignias me asustan. Y primero, el apellido sí es confidencial y personal. Solo lo digo cuando me pongo papachongo, pero soy criollito, baquiano. Uno a veces no puede decir todo lo que tiene por dentro. No sé qué son ustedes. El que no la hace a la entrada, la hace a la salida”, expresa Carlos al asegurar que es venezolano, y se le “pegó el colombiano por haber andado aquí y allá”.

Cansado de rodar  

Al unir las respuestas de Carlos, se reconstruye su historia, y él, aún en tono solapado, casi en el murmullo “no revela ni cédula ni firma” para prevenir que alguien le quiera dar “chigüire”; simula con sus manos la forma de una pistola y se apunta en la sien.

“Eso me pasó en una compañía. No me querían pagar porque no les di mis datos. Vi muchos chiriperos y decidí coger pa’ acá”, agrega al aclarar que su empleo trataba de descargar o cargar mercancía en camiones.

“Me cansé de rodar. Aquí donde estoy me quedo. Ayudo a los viejitos a cruzar la calle, cuido carros, estoy pendiente, barro, y hasta le busco cosas buenas a la gente”, dice al referirse a un listado donde lleva anotadas a las personas que comprarán baterías de carros en un negocio de la cuadra. Desde los meses de “escasez de estos repuestos”, a la vida de Carlos se le perfila “comodidad”.

“Aquí ahora cualquiera le da a uno algo. Hago el favor de comprarles. Me traen comida lista y me dejo de líos y problemas. Una señora me dijo que me va a regalar un celular. No se lo voy a dar a cualquiera pa’ que no me escriban que me van a venir a molestar”, cuenta y se altera cuando se le pregunta si fue él quien una vez hurtó una camioneta del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) y condujo vía a Mérida con todo y perros en el vehículo.

“No puedo decir nada de eso. Aquellos están bravos. Yo todos los días me arrumo temprano y me pongo a mirar a la gente que pasa. Unos se burlan, otros me echan piedras y unos que pasan con botellas en la mano, rasca’os, se quieren venir a meter conmigo”, señala.

Flechazo de Cupido  

Al paso del tiempo, Carlos, al igual que cualquier ser humano, espera el flechazo de Cupido. Lo dice él mismo, quien soba las yemas de sus dedos y afirma la necesidad de una novia que le “saque la tristeza y el aburrimiento”. “A veces llega una loquita por ahí, veo que está limpiecita, tenemos pura charla, platicaita y de ahí no pasa”, relata.

Añade, sin embargo, que “la carne es débil” y por “casualidad ha tenido amores que le han dejado hijos marabinos (de Maracaibo, estado Zulia)”. “No he sacado la cuenta de cuántos son. Unos por aquí, otros por allá… ¡Ja, ja, ja!”, pega una carcajada.

Sobre su familia, Carlos comenta que tuvo múltiples conflictos, “cayó en malos pasos” desde que comenzó a consumir drogas sin cesar y su mamá le advirtió: -Cuando estés en la cárcel no te voy a ir a visitar-. “Empecé con el cigarro por curiosidad. Papá murió, mamá se fue con unas amigas, no hablamos más, y ya no sé dónde vive. Decidí abrir mi libro pa’ no estorbar”, repite, huye de las críticas sin dejar de admitir que se siente triste, pero tampoco ve como posibilidad un reencuentro con sus parientes.

Entra en confianza y precisa que efectivamente estuvo preso en la cárcel de Trujillo y en la cárcel de Mérida. Dos años en cada una. Por fortuna, su buena conducta le otorgó las salidas. “Eso allá adentro era muy extraño. Yo hablaba poco, me retiraba y me presionaban mucho pa’ que hiciera caso”, describe.

En el continuo intento de vivir solo el presente, el entrevistado asegura que dejó de fumar, ahora solo consume una botella de licor que le dura hasta dos y tres días, porque oyó que un poquito “de alcohol en la mañana y otro poquito en la noche, es bueno para alegrar el cuerpo y ponerse cómodo”.

Fidelidad

La fidelidad y compañía que anhela Carlos, hoy la concibe y consuela con sus perros, los cuales le sacan sonrisas instantáneas y en reiteradas ocasiones se le acercan para recibir caricias.

“Los tengo muy consentidos. Tengo 5 perros chiquitos y 4 grandes. No tienen nombre fijo. Les digo ciruela, pasita, coco…Cuando se me ponen malos, les compro aspirinas y los mejoro. Hay que tratarlos bien. Ellos lo cuidan a uno. Algunos son regalados y los otros me los conseguí por ahí”, informa.

Destaca que sus perros no se van porque siempre está pendiente de ellos, les procura comida y hasta cuando a uno lo atropelló un carro, se dedicó a restablecer la pata afectada. Agrega que él no se enferma. Se realiza exámenes, está pendiente de su salud y la rutina de descargar mercancía de camiones lo mantiene fuerte.

“Cuando cae el aguacero nos vamos todos (los perros y él) a bañarnos en un chorro. Nos enjabonamos, lavo la ropa, nos secamos, y cuando se mete el sereno, me recuesto y me pego bien a la pared junto a mis chiquitos”, recuerda Carlos, quien cree que solo en la calle sus días terminan arropados en libertad.

Sin beneficios

Carlos, ciudadano en condición de calle, afirma que no percibe ningún beneficio del gobierno, ni en beca ni en servicios. “No voy al Comedor Popular, no me gusta moverme mucho. Por aquí mismo compro mi sardina, parrillita, cotufas, refresco y me siento muy casero. El gobierno no ha venido. Me dejan tranquilo y así estoy bien”, dice y destaca que diciembre sí la va a pasar “achantado y feo”, pero ya se dedica a hacer su almacén de alimentos.


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